La destrucción de la biblioteca

Fotografía histórica de la quema de libros en Berlín, 1933. Camisa parda echando libros a una hoguera.


Vuelvo al blog, después de un parón en el que he empezado a reconvertirme desde el punto de vista no sé si académico o laboral. Me he apuntado a un centro de estudios online para preparar el temario de biblioteconomía, que desde la irrupción de las nuevas tecnologías y la desmaterialización del libro, cada vez se parece más a algo llamado gestión de la información.

Muchos de las entradas de este blog, en el fondo, trataban de eso, como las de Datos abiertos para el estudio del mundo antiguo, las cuatro entradas de la serie de Open Access o acceso abierto, o la serie de instrumentos electrónicos en papirología.

Por eso, aunque dudando, he decidido seguir adelante con este blog, aunque a veces me desmarque de su objetivo original y entre de lleno en terrenos no tan ajenos, al fin y al cabo.

Los libros y el fuego

Los libros arden mal es, además de una magnífica novela de Manuel Rivas, una verdad paradójica. por varias razones. La primera es que, si bien es cierto que el libro es una excelente materia prima para encender hogueras, también lo es que un libro perseguido siempre encontrará quien lo esconda, aun a riesgo de su propia vida, como la vieja señora de la distopía de Bradbury, Farenheit 451.

Fotograma de la película Fahrenheit 451, de Truffaut, basada en la obra homónima de Ray Bradbury.

La quema de libros como censura

Bradbury escribió la novela en los años cincuenta, en pleno macartismo, cuando la quema de libros era un peligro no demasiado lejano. Es bien sabido que en los años 30, los nazis se dieron a la quema de libros, pero menos recordado que cuando Steinbeck publicó Las Uvas de la Ira, el libro ardió en hogueras en muchas plazas públicas en los estados Unidos de América. Y no solo por parte de granjeros enfadados: el comité de dirección de alguna biblioteca pública decidió en votación quemar la copia que albergaba su biblioteca.

La quema de libros como aniquilación del otro

La foto que encabeza esta entrada fue tomada el 10 de mayo de 1933, durante la quema pública de libros en la Plaza de la Ópera de Berlín, bajo la dirección del Nationalsozialistischer Deutscher Studentenbund (NSDStB), la federación nazi de estudiantes. Allí se quemaron hasta 25000 libros requisados de autores molestos para el régimen.  No eran una horda de brutos iletrados: se sumaron hasta 21 universidades más y en la quema participaron, como en la Universidad de Friburgo, catedráticos con togas y birretes.

Wikipedia contiene una lista bastante exhaustiva de quemas de libros, por lo que no nos extenderemos demasiado. Desgraciadamente, las últimas hogueras se remontan a no hace mucho y no muy lejos, en la misma Europa, como la quema de millones de libros durante las guerras balcánicas de los años 90, en que se llegó a destruir la Biblioteca Nacional de Bosnia Herzegovina (25 de agosto de 1992). El periodista Enric Juliana cubrió la guerra y pudo pisar después de la catástrofe la biblioteca en ruinas. Al igual que en los casos anteriores, el inductor de tal barbarie no era un iletrado. Se llamaba Nicola Kolievic y era profesor de literatura en la Universidad de Sarajevo, especialista en Shakespeare. De él habla su antiguo alumno, el escritor bosnio Aleksándar Hemon, en el blog de Enrique Vila-Matas.

Hombre tocando el violonchelo en un edificio en ruinas
El chelista bosnio Vedran Smailović tocaba a menudo en las ruinas de la Biblioteca Nacional de Sarajevo en 1992 para llamar la atención sobre el asedio. Este músico tocó en muchos funerales, a pesar del peligro de francotiradores. fotografía de Mikhail Evstafiev, vía Wikimedia Commons, CC-BY-SA 3.0

Más recientes aún son las quemas públicas de libros y destrucción de bibliotecas y patrimonio cultural por parte del Estado Islámico, como en Mosul (Irak) en 2015.

Una ordalía medieval

La segunda razón, porque los libros se han utilizado en las ordalías medievales, donde el que se quema es culpable y el que no, inocente (de ahí la expresión «poner la mano en el fuego»). Un ejemplo es esta tabla de Berruguete de 1495 conservada en el Prado, donde se somete al juicio de Dios tanto  a los escritos católicos como a los albigenses. Los cátaros son, naturalmente, los calcinados, mientras que los escritos católicos que presenta Santo Domingo, quedan indemnes. Los libros (inocentes) ardían mal entonces. Por supuesto, esto es un mero embellecimiento de la quema de libros sin más, en este caso como aniquilación, visto el destino de los pobres cátaros. El fuego no se limitó a los libros: hay un sitio llamado el Camp dels Cremats en el Mediodía francés, cerca del Pirineo catalán, que se llama así porque más de doscientos cátaros fueron quemados allí en una gran hoguera el 16 de marzo de 1244.



La conservación gracias al fuego

La tercera razón, quizá es la más paradójica de todas, aunque no hablamos aquí propiamente de libros, sino de aquellos materiales que integraban las primeras bibliotecas: las tablillas de arcilla. Material frágil y reutilizable, si ha llegado hasta nosotros ha sido muchas veces por la acción del fuego. Es el caso de las tablillas micénicas. Los griegos micénicos no cocían en barro, sino que lo dejaban secar, por lo que la destrucción por el fuego de sus palacios por el fuego trajo consigo la cocción de todos los objetos de barro, muchos de ellos con escritura silábica: nodos, tablillas y etiquetas de vasijas.

Tablilla grande micénica, en Linear B, compuesta por tres fragmentos.
Tablilla de arcilla (PY Ub 1318) inscrita con guión lineal B, del palacio micénico de Pilos. Esta pieza contiene información sobre la distribución de las pieles de bovinos, cerdos y ciervos a los fabricantes de zapatos y alforjas. Fotografía de Sharon Mollerus, vía Wikimedia Commons, CC-BY 2.0

Linear B fue la primera escritura griega, que data de 1450 a. C., una adaptación de la escritura minoica llamada Linear A. Está compuesta por 90 signos silábicos, ideogramas y números. Esta y otras tabletas de Pilos se conservaron fortuitamente cuando se cocieron en el fuego que destruyó el palacio alrededor de 1200 a.C. Se encuentra expuesta en el Museo Arqueológico Nacional de Atenas. 

Alejandría

No me resisto a dejar pasar la imagen de Teófilo arengando a destruir el Serapeo, la heredera de la gran Biblioteca de Alejandría, la más famosa de todas las bibliotecas destruidas en la Antigüedad.

La biblioteca fue destruida varias veces. La Gran Biblioteca lo fue, parcialmente, en la guerra civil entre Julio César y Marco Antonio, en el año 48, aunque posiblemente su final sea quizá en 273, cuando el emperador Aureliano tomó y saqueó la ciudad, o bajo Diocleciano en 297.

La biblioteca del Serapeo, sucesora de la Gran Biblioteca, fue expoliada en 391 bajo el imperio de Teodosio el Grande, cuando el patriarca cristiano Teófilo de Alejandría destruyó el Serapeo con su biblioteca y otros templos paganos de la ciudad.

Esta imagen de Teófilo pertenece a un códice griego en papiro escrito en uncial egipcia, posiblemente del siglo VI. Se halla en el Museo Pushkin de Moscú y pertenece a la colección Goleniscev (Inv. Goleniscev 310). Vladímir Golesnicev fue un noble ruso, coleccionista y amante de la egiptología, que como tantos otros en el tránsito de los siglos XIX-XX, adquirieron numerosos objetos y los sacaron fuera de Egipto. Existe un facsímil, con reconstrucción textual, datado en 1905 y conservado en la Bayerische Staatsbibliothek. Reproducimos una vieja imagen en blanco y negro, junto con otra de mayor calidad a color, tomada de twitter.

Fragmento de una página de códice en b/n, con una imagen de Teófilo
Volumen del s. V que ilustra la destrucción del Serapeum por Teófilo, CC0, vía Wikimedia Commons,